martes, 26 de abril de 2016

TEXTO 8

EL CÍRCULO
Oscar Cerruto

La calle estaba oscura y fría. Un aire viejo, difícil de respirar y como endurecido en su quietud, lo golpeó en la cara. Sus pasos resonaron en la noche estancada del pasaje. Vicente se levantó el cuello del abrigo, tiritó involuntariamente. Parecía que todo el frío de la ciudad se hubiese concentrado en esa cortada angosta, de piso desigual, un frío de tumba, compacto.
- "Claro - se dijo y sus dientes castañeteaban --, vengo de otros climas. Esto ya no es para mí."

Se detuvo ante una puerta. Sí, ésa era la casa. Miró la ventana, antes de llamar, la única ventana por la que se filtraban débiles hilos de luz. Lo demás era un bloque informe de sombra.

En el pequeño espacio de tiempo que medió entre el ademán de alzar la mano y tocar la puerta, cruzó por su cerebro el recuerdo entero de la mujer a quien venía a buscar, su vida con ella, su felicidad, truncada brutalmente por la partida sin anuncio. Se había conducido como un miserable, lo reconocía. Su partida fue casi una fuga. ¿Pero pudo proceder de otro modo? Un huésped desconocido batía ya entonces entre los dos su ala sombría, y ese huésped era la demencia amorosa.

Hincada la garra en la entraña de Elvira, torturábala con desvaríos de sangre. Muchas veces él vio brillar determinaciones terribles en sus ojos, y los labios, dulces para el beso, despedían llamas y pronunciaban palabras de muerte, detrás de las cuales percibíase la resolución que no engaña.
Cualquier demora suya, cualquier breve ausencia sin aviso, obligado por sus deberes, por el reclamo inexcusable de sus amigos, provocaba explosiones de celos. La encontraba desgarrada, temblando en su nerviosidad, pálida. Ni sus preguntas obtenían respuesta ni sus explicaciones lograban romper el mutismo duro, impregnado de rencor, en que Elvira mordía su violencia. Y de pronto estallaba en injurias y gritos. La cabellera al aire, loca de cólera y amargos resentimientos.

Llegó a pesarle ese amor como una esclavitud. Pero eran cadenas que su voluntad no iba a romper. La turbulencia es un opio, a veces, que paraliza el ánimo y lo encoge. Vivía Vicente refugiado en su temor, sabiendo, al propio tiempo, lo mismo que el guardián de laboratorio, que sólo de él dependía despertar el nudo de serpientes confiado a su custodia. Y la amaba, además.
¿Cómo soportar, si no como una enfermedad del ser querido, ese flagelo que corroía su dicha, ese concubinato con la desventura? La vida se encargaría de curarla, el tiempo que trae todas las soluciones.
Fue la vida la que cortó de un tajo imprevisto los lazos aflictivos. Un día recibió orden de partir. Pensó en la explicación y la despedida, y su valor flaqueó. Engañándose a sí mismo, se prometió un retorno próximo, se prometió escribirle. Y habían transcurrido dos años. Casi consiguió olvidarla, ¿pero la había olvidado? Regresó a la ciudad con el espíritu ligero, conoció otras mujeres en su ausencia, se creía liberado. Y, apenas había dejado su valija, estaba aquí, llamando a la puerta de Elvira, como antes.
La puerta se abrió sin ruido, empujada por una mano cautelosa, y una voz - la voz de Elvira - preguntó:
-- ¿Eres tú, Vicente?
-- ¡Elvira! -- susurró él, apenas, ahogada el habla por la emoción y la sorpresa. -- ¿Cómo sabías que era yo? ¿Pudiste verme, acaso, en la oscuridad, a través de las cortinas?
--Te esperaba.
Lo atrajo hacia adentro y cerró.
--¡Es que no puede ser! Tuve el tiempo escaso para dejar mi equipaje y venir volando hasta acá. ¿Cómo podías saberlo? No lo sabía nadie.
Ella callaba, grave, parsimoniosa. Estaba pálida, más pálida que nunca, pensó Vicente. Lumbres de fiebre encendían sus ojos arrasados por el desconsuelo. Como él había imaginado, con lacerante lástima, cada vez que pensaba en ella.
--La soledad enseña tantas cosas - dijo--. Siéntate.
Él ya se había sentado, con el abrigo puesto.
--Hace tanto frío aquí como afuera. ¿Por qué no enciendes la estufa?
--¿Para qué? Aquí siempre hace frío. Ya no lo siento.
No había cambiado. Era así, indócil, cuando la roía alguna desazón. ¿Iba a discutir con ella esa primera noche? Le tomó la mano helada y permanecieron en silencio. La habitación estaba casi en penumbra, otra de sus costumbres irritantes. Pero, en fin, no le había hecho una escena. Él esperaba una crisis, recriminaciones, lágrimas. Nada de eso hubo. Sin embargo, no estaba tranquilo: la tormenta podía estar incubándose. Debajo de esa máscara podía hallarse, acechante, el furor, más aciago y enconado por el largo abandono. Tardaba,
empero, en estallar. De la figura sentada a su lado sólo le llegaba un gran silencio apacible, una serena transigencia.
Comenzó a removerse, inquieto, y de pronto se encontró haciendo lo que menos había querido, lo que se había prometido no hacer: enzarzado en una explicación minuciosa de su conducta, de las razones de su marcha subrepticia, disculpándose como un niño. A medida que hablaba, comprendía la inutilidad de ese mea culpa y el humillante renuncio. Mas no interrumpía su discurso, y sólo cuando advirtió
que sus palabras sonaban a hueco, calló en medio de una frase, y su voz se ahogó en un tartamudeo.
Con la cabeza baja, sentía pasar el tiempo como un agua turbia.
--De modo -dijo ella, al cabo- que estuviste de viaje.
La miró Vicente, absorto, no sabiendo si se burlaba de él. ¡Cómo! ¿Iba a decirle ahora que lo ignoraba; que en dos años no se había enterado siquiera del curso de su existencia? ¿Qué juego era ése? Buscaba herirlo, probablemente, simulando un desinterés absoluto en lo que a él concernía, aun a costa de desmentirse. ¿No acababa de afirmar que ella lo sabía todo? ¡Bah! Se cuidó, no obstante, de decírselo; no quería dar pretexto para que se desatara la tormenta
que su tacto había domesticado esta noche. Decidió responder, como al descuido:
--Sí, estuve ausente algún tiempo.
Sólo después de una pausa Elvira comentó enigmática:
--Qué importa. Para mí ya no existe el tiempo.
--Precisamente -dijo él extrayendo de su bolsillo un menudo reloj con
incrustaciones de brillantes-, te he traído esto. Nos recuerda que el tiempo es una realidad.
Consideró Elvira la joya unos instantes. Sin ajustar el broche, puso el reloj en su muñeca.
--Muy bonito -elogió. -No sé si podré usarlo.
--¿Por qué no?
--Déjalo ahí, en la mesita.
"Parece enferma", pensó Vicente, mientras depositaba el reloj sobre el estuche abierto. Estaba en efecto, delgada, delgada y exangüe. Pero no se atrevió a interrogarla.
Estalló un trueno, lejos en las profundidades de la noche. La lluvia gemía en los vidrios de la ventana. Un viento desasosegado arrastraba su caudal de rencor por las calles, sobre los techos.
--Bésame -le pidió ella.
La besó largamente, estrechándola en sus brazos. El viejo amor renacía en un nuevo imperio, y era como tocar la raíz del recuerdo, como recuperar el racimo de días ya caídos. Refugiada en su abrazo, parecía la hija del metálico invierno, un trozo desprendido de la noche.
--Tienes que irte, Vicente. -Se puso de pie.
--Volveré mañana.
--Sí.
--Vendré temprano. No nos separaremos más. Te prometo. . .
--No prometas nada. Estoy segura. El pacto está sellado, vete.
La lluvia azotaba la calle con salvajes ramalazos de furia.
"¡Maldito tiempo!", rezongó Vicente, calado antes de haber dado diez pasos. "A ver si ahora no encuentro un taxi."


Somos prisioneros del círculo. Uno cree haberse evadido del tenaz acero y camina, suelto al fin, un poco extraño en su albedrío, y siente que lo hace como en el aire. Le falta un asidero, el suelo de todos los días. Y el asidero es, de nuevo, la clausura.
Vicente atraviesa calles y plazas. Hay un ser que se desplaza de él y lo aventaja, apresurado, con largas zancadas varoniles, ganoso del encuentro.
Mientras otro, en él, se resiste, retardando su marcha, moroso y renuente. Él mismo va siguiendo al primero, contra su voluntad. ¿Pero sabe siquiera cuál es su voluntad? ¿Lo supo nunca? Creyó, un momento, que era el saberse libre. Ya libre, su libertad le pesaba como un inútil fardo. ¿Qué había logrado, si su pensamiento era Elvira, si su reiteración, sus vigilias se llamaban Elvira? Su contienda (los dos atroces años debatiéndose en un litigio torturado) ¿no tenía también ese nombre? Lúcido, con una lucidez no alterada, percibía, curiosamente,
la naturaleza del discorde sentimiento, que no se parecía al amor ni era el anhelo de la carnal presencia de Elvira, sino una penosa ansia, la atracción lancinante de un alma.
La secreta corriente lo lleva por ese trayecto tantas veces recorrido. Vicente se deja llevar. Discurre los antiguos lugares, los saluda, ahora, a la luz del sol; entra en la calleja familiar, luego de haber dejado atrás, a medio cumplir, sus afanes.
Llama a la puerta. Un perro que pasa se detiene a mirarlo un instante, después sigue trotando, sin prisa, calle abajo.
Vuelve a llamar y espera el eco del campanillazo. Nada oye; el timbre, sin duda, no funciona. Toca entonces con los nudillos, en seguida más fuerte. Ninguna respuesta. Elvira ha debido salir. ¿Pero no queda nadie en la casa?
Retrocede hasta el centro de la calzada para mirar el frente del edificio. Observa que las celosías están corridas, los vidrios sin limpieza. Se diría una casa abandonada. ¡Qué raro era todo esto!
Una vecina se había asomado. Lo examinaba desde la puerta de su casa, la escoba en la mano. Vicente soportó el escrutinio sin darse por enterado. "Bruja curiosa", gruñó. La vieja avanzó por la acera.
--¿Busca a alguien, señor? -preguntó.
--Sí, señora -respondió de mala gana. -Busco a la señorita Elvira Evangelio.
La mujer tornó a examinarlo, acuciosa.
-- ¿No sabe usted que ha muerto hace tres meses, señor? La casa está vacía.
Vicente se encaró con la entremetida. Esbozó una sonrisa.
--Por supuesto -dijo--, la persona a quien busco vive, y vive aquí.
--¿No pregunta usted, acaso, por la señorita Evangelio?
--Así es, señora.
--Pues la señorita Evangelio ha muerto y fue enterrada cristianamente. La casa ha sido cerrada por el juez, ya que la difunta no parecía tener parientes.
¿Estaría en sus cabales esa anciana? Vicente la midió con desconfianza. En cualquier caso, era una chiflada inofensiva; seguiría probando.
--Soy el novio de Elvira, señora. Estuve ausente y he vuelto ayer, para casarme con ella. La visité anoche, conversamos un buen rato. ¿Cómo puede decir que ha muerto?
La mujer lo contemplaba ahora con espanto, dando pequeños grititos de
desconcierto. Llamó en su auxilio a un señor de aspecto fúnebre, con trazas de funcionario jubilado, que había salido a regar sus plantas en la casa de enfrente, y a quien Vicente recordaba haber visto en la misma faena alguna vez.
El hombre se acercó sin dar muestras de apresuramiento.
--¿Oye usted lo que dice este señor, don Cesáreo? Que anoche estuvo en esta casa. . . con la señorita Elvira. . . visitándola. ¡Hablando con ella!
Los ojos del jubilado se clavaron hoscos, en Vicente, unos segundos: no lo encontró digno de dirigirle siquiera la palabra. Dio a comprender, con su actitud, que juzgaba con severidad a los jóvenes inclinados a la bebida y, volviéndole la espalda, se retiró farfullando entre dientes.
Vicente decidió marcharse. O toda esa gente estaba loca o padecía una
confusión grotesca. ¡Par de zopencos! Después de todo, tenía un viso cómico el asunto. Se reiría Elvira al saberlo.

Por la noche la casa estaba toda oscura. Llamó en vano. Sus golpes resonaban profundamente en la calma nocturna. Sus propios golpes lo pusieron nervioso.
Comenzó a traspirar, advirtió que tenía la frente humedecida. Un tanto alarmado ya, corriendo sin reparo por las calles silenciosas, hasta encontrar un vehículo, acudió a interrogar a algunos amigos. Todos le confirmaron que Elvira había muerto. No se aventuró a referirles su extraña experiencia; temía que lo tomaran a risa. Peor aún: temía que le creyeran.
Hay una zona de la conciencia que se toca con el sueño, o con mundos parecidos al sueño. Creía estar pisando esa zona, esa linde a la que los vapores azules del alcohol nos aproximan. Y con la misma dificultad del ebrio o del delirante, su espíritu luchaba por discernir la realidad.
Cuando el juez, accediendo a su demanda, abrió la casa de la muerta, Vicente descubrió, sobre la mesa de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones de brillantes, en el estuche abierto.

Varios. (1992). Cuentos Latinoamericanos: Antología para jóvenes. México: CERLAC/UNESCO. 



29 comentarios:

  1. En mi opinión este texto es muy bueno y el final me pareció entre misterioso y melancólico porque el hombre se sentía completamente culpable y desolado.
    Andrés Castelli 8°A

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  2. Es uno de los que más me ha gustado, me gustan los textos donde hay misterio."Vicente descubrió, sobre la mesa de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones de brillantes, en el estuche abierto." con esa frase quize saber más del texto.
    magdalena mackenney 8C

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  3. Debo decir que hasta ahora este ha sido mi favorito, ame el misterio de la muerte de Elvira y la ultima frase ¨Vicente descubrió, sobre la mesa de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones de brillantes, en el estuche abierto.¨ fue definitivamente mi favorita, me dejo con ganas de mas; pero aún así quede algo satisfecha con el final.
    Victoria Parra 8°A.

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    1. A diferencia de Victoria no me gustó el texto porque, era un poco difícil de entender por lo que me perdía en algunas partes. Tampoco me gustó el final, siento que fue muy inconcluso y que pudo ser mejor "Vicente descubrió, sobre la mesa de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones de brillantes, en el estuche abierto."
      Valentina Naudon
      8°A

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    2. Al igual que Victoria me gustó mucho, no ha sido mi favorito, pero si me ha encantado. ¨Vicente descubrió, sobre la mesa de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones de brillantes, en el estuche abierto.¨ Esa frase también la amé, decía muchas cosas y uno se podía imaginar de alguna forma un final su manera y muy misterioso.
      ¡Par de zopencos! Después de todo, tenía un viso cómico el asunto. Se reiría Elvira al saberlo. Esa frase fue otras de las que me gustó porque la encontré muy tierna de parte de Vicente, ya que él estaba seguro de haberla visto y de algún modo tenía esperanza de que su amada siguiera con vida.

      Isidora Trejo 8ºA

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    3. Vicky a mi también me gusto mucho el texto en especial esta frase "Hay una zona de la conciencia que se toca con el sueño, o con mundos parecidos al sueño. Creía estar pisando esa zona, esa linde a la que los vapores azules del alcohol nos aproximan. Y con la misma dificultad del ebrio o del delirante, su espíritu luchaba por discernir la realidad".Encontré que el final te deja como pensativo y me encanto el misterio que hay entre medio.
      Ángela Mendoza 8°A

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  4. Me gusta el texto. Él se junta con Elvira, y al día siguiente le dicen que murió hace 3 meses, sus amigos afirmar lo dicho, para finalmente pedir que abran la misteriosa casa cerrada por el juez, lo que provoca misterio y confusión, y algo de paradoja.
    "Y con la misma dificultad del ebrio o del delirante, su espíritu luchaba por discernir la realidad. Cuando el juez, accediendo a su demanda, abrió la casa de la muerta, Vicente descubrió, sobre la mesa de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones de brillantes, en el estuche abierto."

    Mario Benavente, 8°B

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. Al principio no lo entendí mucho, pero cuando seguí avanzando, lo entendí mejor. Me gusto que haya tenido misterio, como en la parte en que le cuentan a Vicente que Elvira murió ("¿No sabe usted que ha muerto hace tres meses, señor? La casa está vacía"), ya que así me intereso más en el texto y no me aburro al leerlo.
    Natalia Huidobro 8C

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    1. Al igual que tu me costó un poco entenderlo pero al seguir leyendo empeze a entender...
      Me pareció una parte bastante interesante en la parte que una señora le dice a Vicente:"¿ni sabe que ha muerto hace tres meses, señor". Y luego:¿No pregunta usted, acaso, por la señorita Evangelio?
      --Así es, señora.
      --Pues la señorita Evangelio ha muerto y fue enterrada cristianamente.
      El final, aunque ya estaba sospechando un poco, no me lo esperaba

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    2. Al igual que ustedes al comienzo encontré este texto complicado pero después se fue haciendo mucho mas fácil de entender. yo también encontré muy interesante y buena la parte que le dicen a Vicente que Elvira estaba muerta y la forma en la que reacciono. "-Busco a la señorita Elvira Evangelio. (La mujer tornó a examinarlo, acuciosa.)
      - ¿No sabe usted que ha muerto hace tres meses, señor? La casa está vacía".
      Antonia Gaete 8ªC

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  7. Me encanto el texto y me gusto mucho el tema por que el texto tuvo es frase al final que te deja con ganas de más pero quede conforme con el final y cuando le dijeron al señor que la casa estaba vacia y que se habia muerto su novia fue impactante
    Javiera Cuellar 8A

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  8. me gusta mucho el texto es muy bueno y interesante
    Emilia Villarroel 8A

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  9. No me gusto mucho el texto, no es que sea malo, pero no me impresiono mucho ya que pude saber desde un principio lo que pasaría al final (Elvira estaba muerta) pero aun así siento que es un buen texto. Me gusto cuando aparece esta frase "Vicente decidió marcharse. O toda esa gente estaba loca o padecía una confusión grotesca. ¡Par de zopencos! Después de todo, tenía un viso cómico el asunto. Se reiría Elvira al saberlo." por que da a conocer como, aunque le hallan dicho, no puede creer lo que le dicen y de algun modo se niega a esa aceptar esa terrible verdad.
    Paula Ochoa 8°B

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    1. Al igual que ti paula no me gusto el texto porque cuando le dicen a viciente que elvira murio hay un cierto rechazo y no se quiere aceptar lo que ha sucedido y creo que eso no esta bien

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  10. este texto es mi favorito , me encanta cuando le dicen a Vicente que Elvira murió , ahí se puso mas interesante , todavía recuerdo cuando le dicen "¿no sabe usted que ha muerto hace 3 meses?" fue ahí cuando me animé a terminar el texto
    Martin Bravo 8b

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  11. Este texto me encantó, sobretodo por el inesperado final que hizo que se volviera uno de mis favoritos. De hecho al principio pensé que iba a ser un texto aburrido y sin ninguna peculiaridad, sin embargo fue todo lo contrario.
    Catalina Jacob 8ºA

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  12. En mi opinion este es uno de los mejores textos ya que tiene misterio y eso me gusta y me interesa.tambien me gusto que tuviera un final inesperado y que le Dijeran a Vicente que elvira ya estaba muerta
    Amanda Santrlices 8ºA

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  13. Me gustó mucho el texo. Al principio me parecía aburrido pero a medida que lo lees, te vas enganchando al texto en su misterio y suspenso.
    Por cierto, un final inesperado.

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  14. Me gustó mucho el texto porque es misterioso, tiene muchas partes misteriosas que te hacen dudar un poco, como cuando dice: Le tomó la mano helada. Esto refleja la mano del difunto, estaba helada. También cuando le cuentan de que Elvira murió y todos lo sabían, pero lo que más me llamó la atención fue el final: Vicente descubrió, sobre la mesa de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones de brillantes, en el estuche abierto.

    Diego Cerda 8°B

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  15. Debo admitir que es el texto que más me ha gustado, ya que es bastante misterioso y me atraen los textos de este tipo. Nunca imaginé que la historia terminaría de esta forma (" ¿No sabe usted que ha muerto hace tres meses, señor? La casa está vacía."), ya que pensé que tendría un final feliz.

    Catalina Correa 8°A

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  16. Me gustan las historias de misterios, la espera de un amor que no regresa a tiempo y que al hacerlo, encuentra el gusto del mundo no conocido después de la muerte, la presencia intangible de los seres que han ya traspasado la frontera de la muerte y de la vida.
    Juan Trujillo 8ºA

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  17. Este cuento me causo muchos escalofríos al leer la cita: "Cuando el juez, accediendo a su demanda, abrió la casa de la muerta, Vicente descubrió, sobre la mesa de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones de brillantes, en el estuche abierto." Igual me gustó pero me causó u poco de miedo.
    Amanda 8C

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  18. Me gusto mucho este cuento y como dice la Mane me quede con esta frase para poder seguir leyendo Vicente descubrió, sobre la mesa de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones de brillantes, en el estuche abierto.Pero el poder imaginar de que el la vio me dejo muy pensativa luego de que la señora aya dicho que ella había muerto hace 3 meses;Este fue uno de los textos que mas me gusto uno de los primeros diría yo.
    Valentina Cook 8°B

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  19. En mi opinión este texto me pareció interesante y me gustó, ya que, era de misterio, esto me generó intriga por lo que iba a pasar. Además no me esperaba que terminara de esa manera ("Vicente descubrió, sobre la mesa de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones brillantes, en el estuche abierto."), lo que me sorprendió.

    Valentina Delgado 8°C

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  20. Es muy bueno el texto es misterioso eso si pero también es confuso porque como Vicente pudo ver a Elvira siendo que estaba muerta y también como llego el reloj a la mesita de Elvira si la casa estaba cerrada . Es muy bueno el texto ya que es uno de los tres mejores que más me han gustado y yo lo recomendaría .
    Dayanne Hidalgo 8C

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  21. No me gusto el texto, es muy confuso pero tiene sus partes interesantes.

    Lucas Vladivieso 8*C

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  22. el principio de la historia era latero, pero más al final se fue poniendo interesante, y a la vez extraño, ya que Vicente afirmaba haber estado con Elvira, pero ella estaba muerta. "Vicente descubrió, sobre la mesa de la sala, el pequeño reloj con incrustaciones de brillantes, en el estuche abierto"
    Rosario Jungmann 8ºC

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  23. Al principio no entendía bien la historia pero después entendí mejor y me pareció muy entre entretenida .
    La parte que dice "sobre la mesa de la sala el pequeño reloj con incrustaciones de brillantes ,en el estuche abierto" era como una afirmación que Vicente había estado con Elvira la noche que volvió .
    Renata de la fuente 8C

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